Κυριακή 22 Φεβρουαρίου 2009

AL ESCRITOR NADA (TODO) LE VIENE BIEN

QUÉ TE IMPIDE PENSAR
AL ESCRITOR NADA (TODO) LE VIENE BIEN
Por Esther Cross


Aunque algunos lo duden, los escritores son seres pensantes. Pero hay ciertas contingencias que lo alejan de esta práctica tan unida a su escritura. Algunas reflexiones al respecto y como corolario, la historia de una vocación de alguien que se especializaba en interrumpir pensamientos.

Jonathan Swift decía que los europeos escriben de izquierda a derecha; los árabes, de derecha a izquierda; los chinos, de arriba abajo y las señoras inglesas en forma oblicua, de una punta a otra del papel. Los escritores escriben así porque piensan así: en forma oblicua y transversal, de una punta a otra de la vida.

Para los escritores leer, escribir y pensar son prácticamente lo mismo. Son movimientos distintos de una sola actividad. Es una forma especial de pensar. No es una serie encadenada de premisas y conclusiones. No es un mapeo a cerebro abierto. No es un reporte de cómo marchan las cosas. No sé muy bien cómo es pero estoy segura de que no es nada de todo eso.

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Para Patricia Highsmith, las ideas nunca se presentan pensando –se refería a rumiar una idea. Cuando rumiar no da resultados, aconseja ponerse a.lavar el coche. La mayoría de los escritores no tiene coche pero hay otras opciones: caminar, molestar al prójimo, ponerse a ordenar la casa, lo que sea con tal de salir de ese pensamiento circular y viciado. Lo que necesita el escritor es pensar de otra manera, pensar pero unplugged, sin darse cuenta, a lo mejor, de que está pensando. Algunos escritores creen que así se activa la voz del subconsciente. Puede llamarse de miles de formas pero es la manera que el escritor tiene de pensar.

Vocación de héroes
Entre el momento en que se sienta a escribir y el instante en que el dedo presiona las teclas correctas, al escritor pueden pasarle cosas contraproducentes. Siempre hay peligros, enemigos y amenazas.

Los problemas económicos impiden pensar. Carver cuenta.lo difícil que era escribir para Miller cuando sentía que podía quedarse sin silla. Pero hay escritores heroicos que no se dieron por vencidos. Villiers de L'Isle Adam escribió La eva futura en @condiciones espectaculares de miseria; apenas disponía de papel y tinta.y muchos de sus capítulos fueron cuidadosamente elaborados en el suelo, a falta de mesa, sobre unos papeles de diario@. Lo que pasa es que no todos los escritores también tienen vocación de héroes.

El dolor físico impide pensar. Uno no puede pensar en otra cosa. La cabeza invierte todos sus dispositivos en planes para acabar con el dolor. La imaginación se instala en una especie de quirófano terminante y de campaña. El dolor hace que una se repliegue y replegada es difícil ponerse a pensar en los otros, ni hablar de esa variante de los otros que son los personajes. Pero, una vez pasado, el dolor también puede ser una fuente de historias. Hay muchos ejemplos. Uno es " El sur", de Borges, que fue quien dijo que el dolor físico impide pensar.

La Administración Federal de Ingresos Públicos impide pensar si se dedica a acosar al escritor con.cartas e intimaciones. Si el escritor es Kafka puede llegar a sacar provecho de eso y hasta encontrar el beneficio secundario, pero hubo un solo Kafka, con todos sus precursores. El escritor está en su cuarto propio y cerró la puerta con llave pero por debajo de la puerta asoma la amenaza. El escritor se da cuenta de que está encerrado en ese cuarto con esa carta bomba. Para desactivarla, tiene que encontrar papeles y comprobantes que pueden estar en un cajón, en el olvido, en la heladera. Es una persona que le concede especial atención a las palabras. Lee algunas como."plazo", "multa" y "ejecución". Se las toma en serio. Entra en pánico.

El miedo impide pensar. Tengo una amiga que un día, desesperada, me dijo lo siguiente al referirse a su marido: no me deja pensar. No me dijo si los golpes que le había dado su marido le dolían. No hablamos de lo débil que estaba después de dos semanas sin comer porque su marido la atacaba cuando se sentaban a la mesa. No hizo hincapié en el agravante de que su hija de tres años fuera testigo de todo. Lo importante para ella era que el marido no la dejaba pensar. A la semana, aunque no sé cómo, pudo pensar y supo que iba a lograrlo,.iba a separarse. Pensar era la salida. Su marido no era idiota y se lo impedía por eso. Mi amiga no era escritora pero podría haber sido una escritora porque pensaba en ese canal de reflexión, inventiva y acción simultáneas.

Para muchos, la felicidad no impide pensar pero hace que pensar se vuelva innecesario. Dicen que la felicidad es un fin en sí y que, al bastarse, no se transforma en nada distinto. Escribir es transformar. A una le cuesta aceptar que la mayoría de los libros que la hacen feliz sean tragedias recicladas. A una le cuesta aceptar que haya que elegir entre ser un buen escritor desgraciado o.una persona feliz que no escribe,.porque una, para ser feliz, tiene que cumplir con el deseo de escribir. Así que una no acepta.eso de que la infelicidad esté en el origen de las buenas ideas y sea la madre de los mejores libros. Pero si una mira las fotos de los grandes escritores piensa que.algo de verdad debe haber en eso.

Pensar sobre escribir
Los otros impiden pensar. Son especialistas antipensamiento. Lo hacen sin querer y.a propósito. Lo hacen porque molestan y porque son encantadores, porque distraen y porque aburren, porque se van y porque se quedan. Por eso se han escrito obras maestras en la cárcel. Ahí el escritor está solo, es un recluso. Es una forma poco recomendable de pensamiento pero es innegable que da sus frutos.

Hay muchos factores que impiden pensar, empezando por el factor humano, que se encarna de inmediato en el escritor mismo. Hay casos en que el escritor consigue, por fin, un tiempo sabático. No da clases, la Adiministración Federal de Ingresos Públicos duerme en el pantano, los otros entendieron que no es mala persona aunque sea súbdito.de la Reina Neurosis. Al mes su bote hace agua en la nada. Como lo único que hace es escribir, piensa sobre escribir en vez de pensar en otra cosa. Engorda y se deprime. Sabe que a la gente no le gustan las novelas sobre escritores y se da cuenta de que escribe sobre eso. Es la famosa historia de la plegaria atendida. Mientras se hunde, se empeña en su error y se dice: pienso, luego insisto. A los pocos días lo encuentran con los ojos desorbitados y sin un peso en el casino.

La velocidad impide pensar. El escritor no piensa en una línea gradual sino que opera por medio de saltos. Para poder saltar, necesita un terreno firme y eso significa que a su alrededor todo tiene que estar quieto. Las obsesiones impiden pensar y.los escritores son obsesivos. A veces creen que piensan.pero se equivocan: se la agarraron con una idea y le dan y le dan como si fuera un punching bag hasta que terminan cansados. La quietud también impide pensar porque pensar es, para el escritor, como estar en movimiento. Todo impide pensar y todo lleva a pensar y todo impide pensar pero se piensa de todas maneras.

Lo cierto es que cuando alguien dice tengo que pensarlo tiemblan las paredes. Esa manera de pensar, que es al mismo tiempo quietud y movimiento, repliegue y abrirse, puede amenazar con cambiar el estado de cosas y transporta a la gente por un rato a un mundo intransferible. Es por eso que los otros –y muchas veces también una mismo- se dedican a interrumpir al que piensa. Lo sé por experiencia.

Moverse en la quietud
Durante años me dediqué en forma sistemática a interrumpir a mi padre cada vez que se sentaba a leer. Lo veía sentado en la punta del sillón, con la luz de la lámpara moderna a sus espaldas, y me salían ruedas en las zapatillas. Me acercaba y lo interrumpía. ¿Cómo va todo? Hola, hola. Rebotaba a su lado como una pelotita.

Para mi padre leer y pensar eran actividades siamesas, así que yo no hacía distinciones. Llegué.a convertirme en una especialista. Al principio mi padre me explicaba. Hubo una época en que cerraba el libro y se daba un golpe seco con el libro en las piernas antes de mirarme con esa cara que me hacía dar marcha atrás hasta llegar a mi cuarto. Hubo una época de penitencias. Los retos no me gustaban, las penitencias no me convenían pero yo insistía. ¿Quería llamarle la atención? ¿Quería avisarle que mientras él se internaba en ese mundo podía haber noticias importantes del nuestro?.¿Me daba miedo que entrara en ese estado de trance conectado? ¿Por qué lo interrumpía?.¿Qué había de amenaza en ese silencio imponente y cordial?

Una vez hasta me tapé la boca antes de interrumpirlo cuando eso era lo que me tocaba hacer después de interrumpirlo. Otra vez dije perdón de antemano, así que me disculpé con el anuncio de que iba a hacer algo y de que no me importaba. Pero nunca pude ganar el jueguito. Mi padre me había tomado el tiempo, estaba entrenado. Ya no revoleaba los ojos cuando yo me acercaba. No cerraba el libro con un golpe seco contra la rodilla. No me miraba como para que retrocediera a tracción voluntaria.

Una tarde me senté a su lado. Estaba segura de que si lo miraba fijo iba a incomodarlo, iba a conseguirlo. Pero él seguía como si nada. Era agradable estar ahí, a su lado, a la luz de la lámpara, en ese microclima. Al día siguiente, aparecí con un libro. Ocupé la otra punta del sillón. Abrí el libro, lo hojeé, estaba leyendo. En mi cabeza se rodaba la película de una historia. Cada tanto miraba a mi padre que no me miraba pero –estoy segura– me veía. No nos parecíamos físicamente pero en ese momento nadie podía dudar de que fuéramos padre e hija. Quedaban, por delante, muchas tardes de sentarse al lado y lejos a la vez, quietos y en plena actividad al mismo tiempo. Y ese fue el principio.